Justo antes de que yo saliera a cumplir con uno de mis compromisos de predicación en África, un vecino me preguntó con cierto desdén: “¿Por qué va a África a llevar su religión? Ellos tienen sus propias religiones. ¿Por qué molestarlos con la suya?”. Se sorprendió mucho cuando le aseguré que no vamos a ninguna parte a predicar “religión”.
Nuestro mensaje es el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Yo no cruzaría ni la calle –mucho menos, el océano– para lograr que alguien se interesara en la religión; pero estoy dispuesto a ir a cualquier lugar del mundo a predicar el evangelio del Hijo de Dios.
A lo largo de los siglos, ha habido cientos de miles de personas que han tenido la misma dedicación de Pablo, el principal apóstol: “Sin embargo, considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). Hay miles de religiones, pero solo un evangelio.
Pablo dijo: “No me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen” (Romanos 1:16).
El evangelio es el poder de Dios que toma a un ladrón y lo convierte en una persona honesta. El evangelio es el poder de Dios que transforma a un asesino en alguien con un corazón lleno de amor. El evangelio es el poder de Dios que toma a un hombre o a una mujer caídos, levanta a esa persona y la hace pura como un ángel. ¡El evangelio de Jesucristo es el poder de Dios que puede cambiarlo a usted!
Después de 2000 años, el evangelio no ha perdido nada de su antiguo poder. Es tanto el poder de Dios para salvación hoy como lo fue cuando se lo predicó por primera vez. Puede vencer todos los obstáculos y romper todas las barreras. El pecado no es obstáculo, ya que aun en los extremos de desesperanza y degradación, el evangelio florece, porque lleva consigo la abundante gracia de Dios.
Dios es tan rico que no vende nada de esto. Aun los más ricos son tan lastimosamente pobres que no podrían comprarlo. Es un regalo gratuito: por fe, por medio de la fe, y nada más.
El evangelio funciona en cualquier lugar, en todo lugar. Ha sido declarado en todos los continentes de la tierra, en todas las condiciones sociales, raciales, culturales y económicas que sea posible imaginar. Siempre funciona y siempre produce el mismo fruto. Despeja las tinieblas, libera de ataduras, libera a los cautivos del pecado e imparte libertad y paz.
Aun entre los cristianos, hay una ignorancia generalizada en cuanto a los ingredientes que componen el evangelio. La Biblia nos advierte sobre quienes “quieren tergiversar el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:7). ¿Acaso hay advertencia más severa que las palabras de Gálatas 1:9? “Si alguien les anda predicando un evangelio distinto del que recibieron, ¡que caiga bajo maldición!”. Dado que este evangelio es el evangelio de la gloria de Dios, la persona que predica “otro evangelio” (es decir, un poco de ley, un poco de gracia, un poco de Cristo, un poco del yo, un poco de fe, un poco de obras) le roba la gloria a Dios y la esperanza al pecador.
No hay nada más importante para conocer y tener en claro en nuestra mente, que el evangelio de Jesucristo. El Nuevo Testamento insiste en que somos salvos por creer el evangelio. Si usted cree el evangelio, será liberado del castigo y el poder del pecado aquí y ahora, y cuando esta breve vida terrenal termine, irá al cielo. Si no cree el evangelio, estará perdido en las tinieblas de afuera. Cualquier cosa que determine nuestro destino eterno, sin duda, merece que la estudiemos con máxima atención.
¿Qué es, entonces, el evangelio de la gracia de Dios? Si la Biblia enseña que somos salvos por creer el evangelio, ¿qué es lo que debemos creer?
Pidámosle la respuesta a Pablo. Él nos señala en 1 Corintios 15:1-4: “Ahora, hermanos, quiero recordarles el evangelio que les prediqué, el mismo que recibieron y en el cual se mantienen firmes. Mediante este evangelio son salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. De otro modo, habrán creído en vano. Porque ante todoles transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras”.
Usted se dará cuenta enseguida de que el evangelio de la gracia de Dios está compuesto por dos partes: primero, Cristo murió por nuestros pecados; segundo, Cristo resucitó de los muertos. Si usted lee las epístolas de Pablo, verá que su mensaje está centrado en tres cosas: la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo.
Esto está en total armonía con el resto del Nuevo Testamento, ya que debemos recordar que Cristo no vino principalmente a predicar el evangelio (aunque proclamó libertad a los prisioneros), sino más bien, vino para que hubiera un evangelio que predicar. Este evangelio fue ganado y hecho realidad por la obra de Cristo en ese cruel madero.
Él vino del cielo a la tierra con un extraño propósito. Era tan diferente del de todo otro ser humano, que se aferra a la vida y que pasa la vida empeñado en vivir. El Señor Jesús vino con el propósito de morir. Aunque la muerte no tenía derecho alguno sobre Él, nació para morir.
Simón Pedro declaró: “Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios” (1 Pedro 3:18). Todos hemos quebrantado las leyes de Dios y hemos desobedecido abiertamente sus mandamientos, y por ello, todos estamos bajo sentencia de muerte. Pecar contra un Dios infinitamente santo es incurrir en una culpa infinita y exige un sacrificio infinito. Pero el infinito Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, murió; y al morir, satisfizo plenamente cualquier reclamo que hubiera en nuestra contra.
Si alguien, en nuestro país, fuera sentenciado a muerte por asesinato, y uno de sus amigos fuera ante el juez, diciendo que morirá gustosamente en lugar del condenado, el tribunal se vería obligado a sentenciar que, según nuestras leyes, un hombre no puede morir en lugar de otro.
Pero Dios no está atado por las leyes de los hombres. “Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir, y […] él ofreció su vida en expiación” (Isaías 53:10).
Nosotros, los seres humanos, con nuestras limitaciones de tiempo y espacio, fechamos la muerte del Señor Jesús en el primer siglo de la presente era y la ubicamos en “la colina verde, allá lejos, fuera de los muros de la ciudad”. Pero, en lo que a Dios concierne, es un acontecimiento atemporal.
En realidad, el Señor Jesús fue muerto, en la mente y en el plan de Dios, desde antes de la fundación del mundo (Apocalipsis 13:8). Para el ojo de la fe, la muerte de Jesucristo está tan cerca de nosotros como lo estuvo para el ladrón que murió junto a Él.
Pero Pablo no se limitó a declarar la obra de la cruz. El hecho de que el Señor Jesús murió para salvar es una mitad del evangelio; el hecho de que resucitó de los muertos para guardar es la otra mitad. Ambas partes son esenciales en el evangelio completo de la gracia de Dios. Jesús habría sido un Salvador insuficiente si hubiera permanecido muerto. El hecho de que murió y ahora vive en el cielo por nosotros demuestra que Él es un Salvador completamente suficiente.
La diferencia vital entre nuestra fe sobrenatural y todas las religiones naturalistas del mundo es la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.
Este, pues, es el evangelio. Este es el mensaje que, cuando se lo cree, nunca deja de ser poder de Dios para salvación. No hay casos difíciles o irremediables. Para muchos que están pereciendo en sus pecados, es locura; pero para nosotros que somos salvos, es poder de Dios (1 Corintios 1:18).
“Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras” (1 Corintios 15:3). Esta es la única base sobre la cual un Dios santo y recto puede perdonarle a usted sus pecados y recibirlo para sí. El que fue crucificado, ahora vive en la gloria, en el poder de la resurrección. El Dios todopoderoso lo ha declarado Príncipe y Salvador.
No puedo instarlo lo suficiente a que acepte al Señor Jesús ahora mismo, en la quietud de su corazón; que se aparte de sus pecados y acuda a Él, y lo reciba como su Señor y Salvador.
Recíbalo con sus ojos: “Mirad a mí, y sed salvos” (Isaías 45:22, RV60). Recíbalo con sus pies: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso” (Mateo 11:28). Recíbalo con sus manos: “El que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida” (Apocalipsis 22:17). Recíbalo con sus labios: “Prueben y vean que el Señor es bueno” (Salmos 34:8). Recíbalo con sus oídos: “Escúchenme y vivirán” (Isaías 55:3). Recíbalo con su voluntad: “Elijan ustedes mismos a quiénes van a servir” (Josué 24:15). Recíbalo con su corazón: “Confía en el Señor de todo corazón” (Proverbios 3:5).
Si usted lo recibe, Él lo recibirá a usted, y descubrirá que este evangelio, que habla de la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo por usted, es poder de Dios para salvación eterna.
De no indicarse algo diferente, las citas bíblicas incluidas en este artículo son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI) Copyright © 1999 Biblica. Las citas bíblicas marcadas como RV60 fueron tomadas de la Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960, Copyright © 1960 American Bible Society.
Este es un mensaje del evangelista Billy Graham